22 oct 2007

PENSAR LA CREACIÓN, EL ARTE, Y LA COMUNIDAD CULTURAL

Guillermo Sequera


A la memoria de,
Elizabeth y Friederich Nietzsche



Tres palabras y un mismo sentido: La Creación, es la capacidad humana de
la acción de concebir, organizar, producir una cosa que todavía no existía. El Arte:
en todas sus formas de manifestación es el medio para obtener un resultado, gracias a las aptitudes, a la imaginación, al talento de las personas –que pareciera hasta difícil definir- y mediante las habilidades puestas en el ejercicio artístico. Por el otro; la palabra Comunidad Cultural: refiere a un grupo social cuyos miembros viven juntos, poseen bienes, un patrimonio cultural, una lengua propia, maneras de representar al mundo, y que comparten intereses comunes. Tres sentidos para pensar y debatir.

Esas tres palabras invocan la actitud de pensar. El acto de pensar es toda actividad del espíritu y la facultad que tiene por objeto el conocimiento. ¿El acto de pensar, siquiera un instante, es sólo propiedad de los filósofos? Responderíamos que no. Todo ser humano tiene esa capacidad de pensar, todos pensamos, todos somos inteligentes, la diferencia se muestra cuando el acto de pensar, de reflexionar, sobre cualquier aspecto o fenómeno que se nos presente en la vida cotidiana, se origine en el “pensar liberador”; es decir que aprendamos a pensar. Y de que todos hagamos un esfuerzo comprometedor hacia un cambio de sociedad, donde todos ganemos la posibilidad de acceder a los conocimientos y al nivel de cultura que nos permita pensar mejor para avanzar en un espíritu crítico. El sistema educativo no nos ayuda a pensar, nos conduce mas bien a des-pensarnos, a actuar como autómatas en un modelo de sociedad de consumidores ordenados más bien a reproducir la frivolidad, lo intrascendente. Buena oportunidad para interrogarnos, por ejemplo: ¿la educación que recibimos, nos habrá ayudado a conocer sobre una mujer denominada: Elisabeth Nietzsche?, hermana de un gran filósofo alemán, quien a finales del siglo XIX, lidera a un grupo de inmigrantes soñadores que se instalan en Paraguay para fundar una comunidad cargada de utopías. Unos años después, Elisabeth Nietzsche regresa a su país, y se ocupa de cuidar, ordenar, reunir y editar la obra filosófica de su hermano, Friedrich Nietzsche (1844-1900). Éste filósofo, cuestiona a la cultura alemana conservadora y al sistema científico imperante. Repiensa de manera crítica su propia sociedad. Nietzsche, fustiga a pensar la transformación general de valores; clama por conquistar la libertad, sobrepasando los valores establecidos. En “Zaratustra”, título de una sus obras, anuncia la llegada del hombre soberano que creará los nuevos valores, y donde por la voluntad de su pensamiento inmenso, se daría la máxima afirmación de la vida, la que coincidirá con la aceptación afortunada del eterno retorno. A ese propósito, escribía, “Veo presentarse al horizonte una pleïade de nuevos filósofos. Y me animaría a nominarlos sin mayores riesgos; tal cual me los imagino y me lo permiten adivinar, pues propio de su naturaleza permanecen en el misterio, y esos filósofos podrían ser llamados los tentadores. El nombre mismo es una tentativa, y si quisiéramos, una tentación. Para ellos, “conocimiento” es creación, su labor consiste a legitimar su voluntad de verdad y de infatigable voluntad. ¿En el presente, existen tales filósofos? ¿No sería acaso bueno que aparezcan algún día?”. Las enseñanzas que nos lega Nietzsche, es su manera de pensar, la manera de plantear la búsqueda de la sabiduría. Nietzsche; interroga, sueña, inventa, se opone a lo convencional de filosofar, para llevar al extremo la experimentación nietzscheana del artista-filósofo, o mejor; la del filósofo-artista. La crisis en el pensar lo adopta, lo puro y lo impuro lo somete, lo de la creación y de la destrucción arremete en esa simetría del filósofo y del artista. Del artista denota: “su mirada de fuego no deja subsistir una gota de injusticia en el mundo ni su entorno, ni siquiera la dificultad cardinal de explicar cómo la pureza del fuego se convierten en fuegos impuros. El artista se consagra por una imagen. Sólo el juego de artista y el juego del niño pueden en éste mundo acrecentar y morir, construir y destruirse con inocencia. Es así que el artista y el niño como el fuego eterno y activo, construye y destruye con inocencia” (El origen de la filosofía). Lo que nos dice el filósofo sugiere aquello que une al artista, no es el arte en su relación quemante sino inocente a la creación pensada como juego y como juego con el fuego. Lo propio del arte verdadero es su impureza constante. Viriato Díaz-Perez (1875-1958), de quien A.R.Bastos decía el “descubridor de nuestra realidad histórico cultural”, escribía en 1900 a propósito de Nietzsche: ”…el más admirable de cuantos pensadores tendieron hacia la libertad…Nietzsche inauguró la obra que dará nombre a nuestros días. Comprendió que las estatuas de los dioses no nos dejaban ver el cielo y trabajó por la iconoclasia. Hay que hacerse fuerte, duro. Hay que prepararse –dijo-, porque allá, en el horizonte de lo porvenir, se entrevé el crepúsculo de los ídolos. Hay que hacerse duro, “humano, muy humano”, para cuando llegue el día de la gran soledad.” Ese esfuerzo de pensar nos orienta hacia esa habilidad de crear entorno a un problema dado, para concebir, elaborar, inventar, producir, imaginar escenarios de solución. Si la creación es una soledad, sin embargo la creación es el instrumento que conduce irremediablemente al quehacer de organizar algo que aún no existía. El creador, impulsa todo esfuerzo a sistematizar los recursos y habilidades a una innovación. El mundo ha cambiado, se ha vuelto cada vez más complejo. Hasta no hace mucho el conocimiento y las artes concernían sólo a círculos restringidos y privilegiados. Ahora, en forma creciente las nuevas tecnologías operan al mismo tiempo la transformación de las sociedades y de las formas de expresión y conocimiento. La condición artística contemporánea debe ser liberadora, aunque su articulación creativa esté vinculada a la máquina. El “filósofo-artista”, o el “artista-filósofo” piensa, actúa e infiere sobre estos procesos y sobre la multiplicidad de formas y utilerías desplegadas en la creación. El creador, o el artista, comprometidos con su comunidad cultural, y en la aplicación de la experimentación en sus esferas respectivas, recurre al reto del arte hacia la búsqueda de nuevas visiones del mundo, perfeccionando una filosofía de la percepción y del conocimiento. El artista debería atender a ejercer fuerte influencia sobre el presente y sus consecuencias; como personas productoras de mensajes, por tratarse de aquellas actividades encaminadas a la creatividad de los individuos y de las comunidades culturales, para inducir en el ámbito de la educación, en los medios de comunicación –en muchos casos secuestrados por megagrupos-. El artista debe restablecer su preocupación hacia el medio ambiente, readmitir el marco de la vida y el trabajo, con el fin de sensibilizar a la opinión pública sobre el protagonismo del arte, incluso en reconocer, y conocer las diversas formas de creación artística de todas las comunidades culturales del mundo. Y en este contexto la actividad artística destinaría su esfuerzo a rehabilitar la conciencia de las interdependencias que caracterizan nuestra época y de las nuevas solidaridades que implican la diversidad cultural. La práctica socializada del arte (artista-comunidad cultural), se constituye en un recurso formidable en el repensar, rehacer, reconstituir la inventiva dinamizada por la impostura de las impurezas artísticas. Y al alentar la importancia de la creatividad y de la creación como reflejos del talento humano, éstas apuran por el otro, a concebir el desarrollo cultural consistente en el basamento de una noción amplia de la cultura que también abarca el comportamiento general de las personas, la visión que tiene de sí mismo, de su sociedad y del mundo exterior. La cultura es -sin duda, ante todo- una manera de ser, de percibir y de percibirse, una manera de sentir, de sentirse de expresarse, de crear, que caracteriza la originalidad profunda de cada comunidad cultural. De modo que los grandes desafíos con que se enfrentan las sociedades sólo se podrán aprehender y resolver plena y satisfactoriamente teniendo en cuenta el conjunto de los factores culturales y humanos que fundan su identidad. Puede percibirse así con mayor claridad el protagonismo que desempeñan los artistas en la vida de las sociedades y la necesidad de reconocerles el lugar que les corresponde. La creación es, entre todas las actividades humanas, la que mejor expresa una cultura y la que garantiza su perennidad. ¿Podríamos imaginar una sociedad sin artistas? ¿Qué hubiera sido de nosotros sin aquellos creadores o creadoras; sin aquellos que –bajo renuncias-, dedicaron su tiempo a pensar, a crear, a concebir mundos que nosotros no los hubiéramos imaginado? Evocar a Nietzsche, releer sus textos es reivindicar su arrebato de filósofo-artista que persevera a través de la historia, y que nos compromete hacia la reposición parcial de una cierta deuda paraguaya a su figura, y mediante la complicidad de su hermana Elisabeth. Dos años, antes de su muerte, en su autobiografía Ecce Homo de 1888, el filósofo, anuncia de manera radical su propia desacralización: “Tengo un miedo horrible de ser un día canonizado. Se comprende porqué hago antes entrega de éste libro: para no cometer esa tontería…No deseo transformarme en un santo, preferiría que me tomen por un payaso”.

“…el arte busca hoy su revancha” dijo Nietzsche, quizá expresado de manera premonitoria porque, “el arte posee mayor valor que la verdad”.

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