7 jul 2008



EL ARTISTA DE LA REVOCACIÓN FEMENINA

Por Guillermo Sequera



De paso por Paris, se apareció de sorpresa la Carmen Dora, acompañada por su bella hija redondita. “Siempre fuiste redondita”, le recordaba. La Carmen Dora, paraguaya de pura sepa, y para que todos sepan, pone enfático orgullo a considerarse miembro de la “trouppe” originaria de los “Perez Porâ” o de los “Perez Porâite”; echó a andar su menudita figura por los museos parisinos. La Carmen Dora hubiera podido pasar a la historia de los retratos femeninos, si Leonardo naciera en Paraguay. Pero no ocurrió así, ni hubiera podido ser; fue al revés. Fue ella misma quien dedicaría su precioso tiempo a posar embelesada frente a la Gioconda, para observar detenidamente su tierna sonrisa femenina, como mirándose a un espejo. Al misterioso espejo de Don Leonardo. “Mira el rostro, mira la mirada de la Gioconda, puedes desplazarte desde cualquier ángulo y verás que la Gioconda te mira detenidamente”, expresaba en una de las salas del Museo del Louvre en París, ante una de las obras más representativas y enigmáticas del arte europeo renacentista, haciéndose paso en medio de un grupo de apretujados turistas por ver la obra. Su autor: Leonardo da Vinci, pintor, arquitecto, escultor, ingeniero y teórico italiano. El artista se sitúa en el contexto del renacimiento, donde Italia es el motor y la ciudad de Firenze su punto central de irradiación, entre 1480-1500, fin del Medioevo y arranque del Renacimiento; entre la declinación del humanismo medieval y el preludio de una nueva cultura; donde (según los historiadores) coinciden: sincretismo singular; tomismo y neo-platonicismo, empirismo y nominalismo. No es fruto del azar, si el re-descubrimiento de la verdadera figura de Leonardo da Vinci se posiciona a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En esos años precisamente, el pintor Marcel Duchamp (1887-1968), busca su propia vía personal. Entre 1890 y 1915 se produce la crisis que irrumpe la interpretación del corpus da Vinci. Al mismo tiempo en que la “leyenda” toma lugar, (casi en forma desmedida), aparece en el arte la corriente simbolista. Quisiéramos rememorar aquí sólo algunas obras esenciales que marcan el re-descubrimiento, y sustentan la leyenda Leonardo da Vinci: Walter Pater, 1873; Muntz 1899; Mérejkowsky, 1901 con su reconocida “Novela de Leonardo da Vinci”; Freud “Un recuerdo de infancia de Leonardo da Vinci”, 1910; Paul Valéry “Introducción al Método de Leonardo da Vinci”, 1894, y “Nota y digresión” en 1919”; y E. Panofsky “El Código Huyghens y Leonardo da Vinci. Arte y Teoría”, 1940. En el Renacimiento, son los artistas los grandes protagonistas sociales de la época; los que establecen una verdadera, profunda y amplificada permutación. Para Leonardo da Vinci el arte era la “cosa mentale”: el arte como plataforma liberadora del espíritu. El tema axial del Renacimiento es el humanismo en todas sus formas, a través del descubrimiento y propagación de ideas, expresiones y formas del patrimonio greco-latino, el retorno a los antiguos pensadores y, donde lo humano, es la sustancia principal de inspiración. Es poco decir que el impacto del Renacimiento y sus luces arriba hasta nosotros. El Renacimiento es siempre considerado motivo de reflexión y análisis sobre el quehacer de los representantes más dignos del arte y la creación. Entre aquellos artistas se encuentra Leonardo da Vinci, quien nace en Vinci en 1452, y muere en Le Clos-Lucé, cerca de Amboise en 1519. De muy joven, se inicia en la pintura y al arte decorativo. Su padre lo inscribe en 1469 en el taller del orfebre, pintor, y el más grande escultor del renacimiento florentino: Andrea del Verrochio, de quien aprende el arte del retrato femenino. Leonardo se afirma en el talento de la pintura en 1472 al ejecutar el ángel del lado izquierdo del Bautismo de Verrochio, de la misma manera la Anunciación impregnada por el sello de su maestro. En 1480, da Vinci se considera “Hombre universal”, y decide de poner a disposición su sabiduría al servicio de príncipes. Trabaja sucesivamente bajo la tutela de Ludovico il Moro a Milán (1489-1499); por la República Florentina (1500-1506); y más tarde se somete a las órdenes de príncipes franceses, entre ellos François Premier, rey de Francia (1506-1512). Luego de una estadía por Roma (1513-1515) donde por esos tiempos dominan los talentosos artistas, Rafael y Michelangelo. En su actividad a favor de principados se dedica y desarrolla su talento en tanto que ingeniero militar y organizador en las puestas de escenificación de fiestas y ceremonias principescas. De hecho, el sentido de la aguda observación de Leonardo, basada en una aproximación analítica llevando muy en cuenta el equilibrio de fuerzas y a la búsqueda, siempre, de resolver los problemas de dinámicas, le permite perfeccionar diversas maquinas industriales (textiles), armamentos militares, y aparatos a desplazar o levantar bolsas. Esta técnica práctica, es la conclusión y desarrollo de una concepción genial de la naturaleza, cuyo origen deriva de la teorización de diversos elementos y de la analogía entre el microcosmos y el macrocosmos (“la naturaleza no es más que un ser vivo gigantesco” escribía). Debemos destacar que la creatividad de Leonardo da Vinci se sitúa en una serie de sorprendentes anticipaciones (maquinas voladoras, escafandras para buceadores); en ese marco anuncia la llegada del “vitalismo” de un Paracelse quien propone su teoría medical basada en la alquimia de correspondencias y analogías entre el cuerpo humano su entorno próximo y el cosmos. También debemos resaltar que el positivismo empírico de Leonardo, edifica en su actividad intelectual conforme y cerca de los principios del aristotelismo entroncado con el “dominio sucesivo de objetos particulares” que, al platonismo, más preocupado por la “unidad primera”. De todas formas, su referencia es constante en las matemáticas como “paradigma absoluto de toda sabiduría” a cuyo conocimiento arrima un empirismo instaurador. Sin embargo, su resultante en la concepción de técnicas y aparatos por su original aproximación se sitúan dependientes en relación a la sistemática de Leonardo, quien persigue a elaborar una ciencia de lo “visible” sometida a la representación. De manera genial, integra ciertas conclusiones científicas donde el punto de arranque es simplemente la observación, para volcar su gran talento en ése ida y vuelta, del mundo físico a la pintura, lugar ideal hacia el cual convergen todas las manifestaciones de su sabiduría. El desarrollo reflexivo sugiere en definitiva que la idea es superior a la realización, en su Tratado de la Pintura explica sobre el punto: “Cuando la obra del pintor se pone a nivel del entendimiento; cuando la obra sobrepasa el entendimiento, es mucho peor, al ocurrir cuando alguien se sorprende de haber hecho bien; y cuando el entendimiento sobrepasa la obra, es signo de perfección, y si el autor es joven, con tal disposición del espíritu, se transformaría en un maestro excelente. Produciría sin embargo pocas obras pero que serán de calidad, y las personas contemplarían al detalle, para considerar con estupor las perfecciones” Un trabajo lento e invisible, que para los ojos del profano puede pasar como una ausencia de trabajo por relacionamiento al espíritu, pero que pone sentido al afirmar la habilidad práctica y la habilidad de la mano, que concluye en un “mecanismo de fascinación” por los funcionamientos secretos del mecanismo mental, el de ubicarse en el punto fundamental de la creación del espíritu; un infinito de reflexiones y de análisis, prodigio de continuidad de ilusión creadora y fecunda. Para Leonardo, en la pintura se presentan tres aspectos de importancia: lo pictural, lo gráfico y lo especulativo. En el dominio puramente pictural, experimenta nuevas materias, las que no logran su mayor éxito, aunque dedica tres años a la obra (alteración extrema de la Cena de Milan, 1495-1497. En esa misma línea lleva a cabo el refectorio de Santa Maria delle Grazzie. Sus estudios gráficos –como es de esperar de un gran artista universal- se sostenían por notas y pensamientos precedentes emprendidos con mayor cuidado, de manera a obtener la realización exitosa en cada obra. En sus estudios por Leda, por ejemplo, obra desaparecida pero descubierta por la existencia copias antiguas, según la opinión de los estudiosos de su obra, están acompañadas por verdaderos pensamientos filosóficos sobre el misterio de la concepción; diseños sobre el organismo femenino, los que se constituyen en verdaderos motivos para desarrollos de estudios biológicos; como los dibujos de flores, o la cabellera derramada sobre el cuerpo; así también esquicios de rostros; son el indicador de la sensibilidad del artista hacia el mundo de las plantas y de la anatomía humana. Desde 1490, Leonardo superpone su actividad pictural a una profunda reflexión teórica, refrendada en su conocido “Tratado de la Pintura”. Nos vemos tentado a reproducir un juicioso y sorprendente comentario de Leonardo da Vinci en su folio II de su tratado sobre la descripción de “un ejemplo de una mano en movimiento”, el, escribe: “Toda amplitud continua es divisible al infinito. El ojo que observa la mano y se desplaza de a en b determina un espacio a-b teniendo una amplitud continua y por consiguiente divisible al infinito. En dichos movimientos se puede distinguir una cantidad de aspectos como movimientos parciales. Esa mano presenta una infinidad de aspectos donde ninguna representación podría agotar el número. De la misma manera podríamos señalar cuando la mano, en lugar de bajar de a en b se levanta de b en a”. Y más adelante, concluye: “Toda acción humana demuestra un número infinito de aspectos”. La intuición luminosa de Leonardo da Vinci expone la cuestión crucial de sistemas de coordenadas, de ángulo y distancia, vaticinando lo que ocurriría cuatro siglos después con el pintor Duchamp al pintar sus cuerpos en movimiento (Nu descendant un escalier, 1912). Esa relación de la teoría hace inteligible su búsqueda por la solución de problemas específicos. En su obra La Virgen de las rocas de 1483, logra la renovación del tema iconográfico con el encuentro expuesto de dos niños, Jesús y Juan Bautista, anunciando simbólicamente la Pasión, lo que justifica la fisonomía turbada de la Virgen. En dicha obra, Leonardo, topa una vertiente original a dos problemas ya planteados por los pintores florentinos de la época: la preocupación por la simetría y la organización apretada de personajes, cuyo logro son resueltos por la invención de la composición piramidal y por el refinamiento en el contorno del denominado sfumato, (esfumado). El sfumato, le permite zambullir la silueta del personaje en una atmósfera vaporosa. A pesar de la resistencia a esas innovaciones, donde una de las famosas obras lleva el sello de otro grande del arte florentino: Michelangelo; el arte de la pintura, el arte de pintar se dota de nuevas posibilidades en los años 1500. Pues, el sfumato como técnica en la pintura, apunta a exhibir el espíritu atmosférico de lo húmedo y de lo vaporoso, para organizar así, y mejor, las lejanías del horizonte en una modulación de valores, permitiéndole ubicar en una intimidad asombrosa a los personajes con el paisaje. Uno ejemplo palpable lo exhibe justamente en la Gioconda, realizada entre 1503 y 1507. Y si en la Cena de Milan, se ocupa de animar a través del gesto una composición estable y equilibrada, en la Adoración de los Reyes Magos (1481, inconclusa), como en la Batalla de Anghiari de 1503, del cual sólo quedan dibujos parciales; Leonardo busca establecer una composición en movimiento, donde las formas se embrollan, se encastran. Por el otro, no debemos olvidar que Leonardo renueva considerablemente el arte del retrato, y sobre todo el retrato femenino, fijando además una fuerte presencia física, como el caso de la Gioconda, o quizá, sostenida por una connotación simbólica (Ginebra di Benci 1480). En el tratamiento de la representación de paisajes, infiere en la precisión del detalle de flores, hierbas, pedregullos, cantos rodados, donde es bueno rememorar la Anunciación, o la obra de Santa Anna, o con el claro oscuro de sus lejanías azuladas, las que se ven justificadas teóricamente por el lugar que ocupa el agua en la dialéctica interna, la que anima los diversos elementos pictóricos en la representación. La cualidad gráfica y artística de Leonardo ayudó al desarrollo arquitectural; amén de bizantinas discusiones generadas en la culminación de la Catedral de Milan; el artista ha dejado un legado de importantes esbozos, dibujos sobre el plan central de la cruz griega ubicándola en un círculo o un cuadrado. En otras ocasiones le tocó reflexionar sobre los problemas del equilibrio propio de las estatuas monumentales ecuestres, sin jamás llegar al estadio de realización, aunque, se estima su contribución notable, debido a la existencia de sus esquicios ecuestres, los que constituirán el anuncio premonitorio con la representación del estilo barroco ecuestre. La herencia de Leonardo da Vinci en la cultura universal nos conmueve, nos atrapa. Habrá razón en rememorar aquel retrato del poeta Paul Valéry refiriéndose a Leonardo da Vinci: “No parecería como la mayoría de los demás, que para ser comprendido debería vincularse a una nación o a una tradición, o a un grupo ejerciendo el mismo arte. El número y la comunicación de sus actos hacen un objeto simétrico, una especie de sistema completo en si mismo, el cual se muestra incesantemente”. El arte de Leonardo evoca lo imprescindible en nosotros: centrar el punto de mira para proyectar e imaginar nuevos mundos más humanos; es decir; imaginarios. Su genialidad, su dedicación a encontrar soluciones bajo una incesante búsqueda visionaria, vinculándola al desarrollo del conocimiento se constituye en un fenómeno de trascendencia del artista que piensa, que conoce, que actúa y que impulsa la innovación. Todo ciudadano consciente de su labor ahí donde se encuentre, debe reconsiderar –al parafrasear el pensamiento de da Vinci- que la humanidad se encuentra en grave peligro de desaparición de la faz de la Tierra y que por encima de toda preocupación debe imperar un renacimiento de aquello que la naturaleza y los seres que la habitan propugnen el compromiso común e ineludible de batallar por detener su extinción; porque, la vida es la dimensión ¡gigantesca! El arte de vivir, el arte de crear y el arte comprometido, apura a propagar toda información, todo conocimiento, todo sentimiento y accionar en favor de la felicidad humana. Leonardo da Vinci es el artista célebre, cuyo talento predestina un protagonismo creativo ejemplar: quien recrea lo humano, recrea el mundo.

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